Naval Nerin, Mariano

BIOGRAFÍA

Mariano Naval Nerín nació en Lascellas el 15 de agosto de 1911 en el seno de una familia humilde formada por Evaristo Naval Puyuelo y Constantina Nerin Ayerbe, de cuyo matrimonio nacieron seis hijos: Emilia (1896), Víctor (1899), Felisa (1902), Faustina (1905), Alejandro 1908 y Mariano que era el menor. Evaristo trabajaba como albañil y falleció de pulmonía en 1929 junto a su hijo Alejandro, con tan sólo 21 años, el mismo día con una hora de diferencia. Otro hijo, Víctor, había fallecido, a la misma edad, en 1921 en la batalla de Annual. Estas desgracias familiares no fueron las últimas y Constantina tuvo que soportar otras que llegaron años más tarde como fue la desaparición de Mariano tras la guerra de España y el posterior fallecimiento de su hija Faustina, en enero de 1954, con 48 años, según nos explica su nieta Josefina Campodarve que es la persona que nos ha proporcionado la fotografía de Mariano y estos datos familiares.

Poco sabemos sobre la juventud de Mariano, cuando contaba 24 años vivía junto a su hermana Faustina y su madre en la calle San Miguel, 19 de Lascellas. Era carrocero de oficio, actividad que complementaba con el cultivo de las tierras familiares, por su condición de “labrador”, como figura en el censo de 1935 que hemos consultado.

Desconocemos cuál fue la implicación de Mariano en la Guerra y su ideología. Pero por su itinerario, podemos suponerle opuesto activamente al golpe de estado perpetrado el 18 de Julio contra la legitimidad constitucional de la Segunda República. Mariano fue detenido por los alemanes en la primavera de 1940 en las playas de Dunkerque, pocas semanas después de haberse producido la invasión de Francia. Empezó así un periplo que le llevó hasta la Prusia Oriental para ser internado en un campo de prisioneros de guerra, concretamente en el stalag I-B Hohenstein (Olsztynek en la actual Polonia) de donde partió el 6 de agosto de 1940 en un convoy formado por 165 republicanos españoles, de los que 118 murieron durante su deportación. Gracias al testimonio del superviviente José Escobedo Jimeno, de Utrillas, que realizó el mismo itinerario conocemos algún detalle sobre aquel viaje y su llegada a Mauthausen:

Fuimos sacados de un campo de prisioneros de guerra situado en Prusia Oriental, hacinados en un tren de mercancías a razón de 140 hombres por vagón y, tras un viaje de cuatro días, sin comer ni beber, llegamos a la estación de Mauthausen, donde un gran número de SS y de perros nos rodearon y nos condujeron a marchas forzadas hasta el campo de concentración. Algunos de nosotros, que se precipitaron sobre unas manzanas que el viento había hecho caer sobre la carretera, recibieron una soberana paliza a culatazos. Pronto nos daríamos cuenta de que los SS no tenían nada que ver con los soldados de la Wehrmacht del stalag y que parecían ladrar aún más ferozmente que los propios perros lobos.

Antes de ingresar en el recinto del campo los recién llegados pasaron por la cantera y allí pudieron observar las extremas condiciones de trabajo a las que eran sometidos los internos. Ya en el campo pasaron los trámites establecidos de recepción con el consiguiente rapado del cabello y a Mariano le fue adjudicada la matrícula 3579 y unos meses después fue trasladado a Gusen, donde fue inscrito el 17 de febrero de 1941 con la matrícula 10302. Según los registros del campo, falleció el 9 de noviembre de 1941.

Su madre, aunque conoció el destino de Mariano, no pudo cobrar la indemnización establecida por la República Federal Alemana al haber fallecido en octubre de 1954, cuando contaba 88 años de edad. En la actualidad, como está ocurriendo en otros muchos casos, es la sobrina-nieta de Mariano, Josefina, la que se pregunta por los motivos de tanto sufrimiento y silencio en su entorno familiar, esforzándose por mantener la memoria del hermano de su abuela que halló la muerte durante su deportación por los nazis:

En mi casa siempre se habló de los hermanos de mi abuela, y del odio a aquellos malditos alemanes que le llevaron a la muerte. Esto hay que gritarlo en voz alta para que no vuelva ocurrir. Constantina, mi bisabuela, fue muy querida en su pueblo. Vivía de la caridad de los vecinos y de una peseta de la guerra de África por de la muerte de su hijo. Gracias a la memoria de esta gran familia que tuve aun soy conocida en Lascellas como nieta, bisnieta y sobrina de aquella buena gente.